martes, enero 23, 2007

Niebla.

"Demasiadas veces, a lo largo del invierno, hay nubes que descienden a Zaragoza y pasan allí un montón de horas, posadas dulcemente sobre el Ebro que parece entonces hecho de un vapor helado que se va alejando sin pausa y a la vez se queda. Da la sensación de que la ciudad entera se ha trepado al cielo, o al revés, que se ha hundido mansamente en un pozo frío, da igual al fin de cuentas, lo que importa es que de alguna manera ha desaparecido bajo una tachadura de agua el ancla que nos sujetaba al mapa y a los días reales. Porque otra de las cosas que se quiebran cada vez que ese aire líquido y borroso toma la forma de los callejones es la propia conciencia del tiempo." . Anónimo (para la que postea).

Pues eso, demasiadas veces este año (este mes) Zaragoza ha amanecido enredada en niebla. Y me gusta. Mucho. Pese al poco tiempo que los exámenes me dejan para ir a pasear, en especial por ese casco que me encanta. Y pese a que, tras varios días de sol primaveral, esta incansable niebla cubrió suavemente Zaragoza durante los cortos días que Silvio vino de visita. Pero no fue tan amable con Aguarón, y eso que habitualmente lo tiene olvidado, centrándose en la capital.

Hoy no lo pude –quise- evitar y paseé por el centro. La niebla se disolvió en lluvia fina y perezosa, la tarde cayó y las farolas amarillas llenaban de luces y sombras los grandes y antiguos edificios. Con las manos en los bolsillos se respiraba con la misma claridad que se veía a lo lejos.

Me está pasando que en muchos momentos no echo de menos de Copenhague (aunque sí a la gente). Me pregunto si será porque sé con certeza que mi estancia en Zaragoza es temporal.

1 Comments:

Blogger Diana said...

Las ciudades no dejan de ser lo que queremos que sean, ya sabes que allí donde vayamos nos llevamos a nosotros mismos.

Besos y abrazos de los pocholos

9:03 p. m.  

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